Construir casas es mucho más que emprender una infraestructura de cemento, significa la transformación de un espacio en un bien para mejorar la calidad de vida de la gente. Sin embargo, esta decisión no siempre es vista como rentable en la política.
Para la Gobernación de Caldas es prioritario este programa y trasciende el número físico a la estructuración y ejecución responsable, que siguen intensificándose con los días, sin que exista preocupación porque sean otras administraciones quienes logren catapultar las entregas más masivas.
La alegría de las familias cada semana constituye la fuerza más importante de este círculo de éxito social; y es que hablamos de éxito porque las vidas llegan a unos puntos de reinicio con el estatus de nuevos propietarios.
Pero como cualquier desafío de gobernanza existen aciertos que han estado afincados en la vivienda rural en la modalidad de prefabricada o en el modelo de asociatividad, como lo son las bloqueras comunitarias. Además, obstáculos como la gestión predial, la fluctuación de insumos de construcción, el alza del dólar, la rigidez del proceso para asignar beneficiarios desde las entidades bancarias.
Con estos aspectos hemos estado en constante contraste desde que comenzó esta revolución, que además estuvo tan sometida a temas de pandemia como cualquier otro de infraestructura. No porque hayamos perdido el miedo al contagio podemos olvidar los estragos y las herencias de la pandemia.
Por eso, hoy con la concentración al tope y pensando en los caldenses, la Revolución de la Vivienda no pierde ni un segundo de tiempo y fuerza por concretar hechos de ejecución que unan, en torno a un esfuerzo que solo beneficia a los que mantienen el sueño de dignidad intacto.
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